miércoles, 28 de septiembre de 2011

Un adiós que se alarga en el tiempo....

Siempre las despedidas son tristes, tanto que hay personas que no se despiden, otras en cambio, las alargan. Creo que este último es mi caso, llevo creo recordar, dos semanas despidiéndome de la gente que he conocido aquí e incluso con algunas ha habido varias despedidas. Una se resiste a que haya una de definitiva, pero evidentemente, poco a poco fueron llegando. A día de hoy, hay personas que ya no volveré a ver, bueno quien sabe, quizás una vuelva otro año, al menos esa es la intención con la que una se despedide y no dice un adiós, sino un hasta pronto o un hasta luego...pero siendo realistas, almenos tardaré tiempo largo a volver a reconocer sus rostros de nuevo. 

Siempre he creído que hay sensaciones para muchas situaciones, y como no iba a ser menos, hay una sensación para la despedida de un lugar cuando una renuncia a irse de corazón. Es una mezcla de pesadumbre, melancolía y tristeza, entrelazada con la alegría de volver a todos aquéllos que dejaste tras tu marcha y que en cierto modo también anhelas volver a ver. Así que se genera todo un cóctel de emociones bien contradictorias...aunque en mi caso, gane por un poquito la pesadumbre de un corazón que empieza a sentirse vacío.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Ojos de memoria.





Desando los pasos de sus calles estrechas, aún adoquinadas que mis pies ya se acostumbraron a pisar. El sol calienta mis hombros y mi mirada se proyecta con telón de fin de función. Quisiera alargar cada segundo que miro con ojos de memoria, con ojos de recuerdo, con ojos que se resisten a cambiar de paisaje, ese paisaje que ya se ha hecho suyo, que para siempre llevará colgado a su piel y que le ha hecho tan diferente...

Espero un milagro de manera ingenua, un milagro que me mantenga aferrada a ese sueño que creí eterno, pero que se desvanece como papel en el fuego....día a día se suceden los recuerdos, imágenes alejadas del tiempo que ya no vuelve, sino transformado, casi fictício.

Camino por una ciudad que intentó dármelo todo, desde su profunda honestidad, no "hay más" me dijo, "eso es todo" y ese todo me atrapó para siempre. Sé que no volveré entera, una parte continuará paseando libre toda la vida por sus calles eternamente elevadas, esa parte a la que le hubiera gustado que me hubiera quedado para siempre.

Intento despedirme de cada rincón que descubrí o me enseñaron, de cada plaza que me dio sombra o me regaló un poco de calor, de cada calle empinada o rasa que siempre escondía algo nuevo aunque la andase o reandase...Pero mis ojos ya no son los mísmos. Mis ojos miran, ya no con la sorpresa del que acaba de llegar, esos ojos que se agrandan y se dilatan para no perder un ápice, un detalle de lo que acontece. Mi mirada es cerrada, para atrapar, estrangular, como abrazo, como rapto....
Y porque estamos en constante transformación, nunca somos los mísmos. Los hechos nos sacuden y nos alteran, y como todo, hay hechos y hechos. Éramos unos los que venimos y otros los que fuimos. No sólo el tiempo deforma, las experiencias y las personas nos tocan y nos hacen constantemente confrontarnos con lo que pensamos  y lo que somos. Y no hay mejor experiencia que la que nos cuestiona quienes somos ni mejor persona que la que nos dice "te entiendo".



lunes, 12 de septiembre de 2011

La nostalgia de un tiempo que está por irse.



Vista de la Paz con el Illimani.

Para tí, mi querida La Paz.

A veces, la nostalgia de algo, se presenta antes de que acontezca el hecho en sí. Llevo unos días mirando el mundo con cierta melancolía, sabiendo que los paisajes, las caras y las situaciones cotidianas que este país me regala, están a punto de convertirse en postales del recuerdo. Me invade una cierta tristeza al pensar que este fragmento de vida que he tejido aquí se me escapa poco a poco. En un par de semanas cambiaré la imperfecta y hostil (para muchos) La Paz, por Barcelona, ciudad cosmopolita donde las haya.

Y hoy tengo ganas de echar la vista atrás y ver aquellas cosas que ya forman parte de mi vida y que en pocos días dejarán de estar allí, como si no lo hubieran estado nunca. Dejar de acostumbrarse a aquello que, hasta día de hoy, formaba parte de mi día a día, como algo normal, como algo cotidiano, esté último año.

Quisiera hacer un repaso de aquellas cosas que de algún modo echaré de menos después del retorno a una ciudad que llaman moderna, civilizada, de primer mundo, aséptica, individualizada, ordenada, impersonal...

Echaré de menos el bullicio loco y estresante de la Paz, en su hora punta: su caos circulatorio, el griterío, los humos de tubos de escape con decenios a sus espaldas, las gentes corriendo para poder alcanzar una mobilidad que les lleve a su casa, aunque sea "paradito".

Echaré de menos, por supuesto mi querido Illimani, que hace de la Paz, una ciudad bella, a su manera, siempre presente, siempre imponente, con sus tres puntas eternamente nevadas.

Echaré de menos a mis "caseritas" del mercado Yungas, de mi barrio de Miraflores y todas aquellas con las que me crucé e intercambié algunas palabras.

Echaré de menos mi casita fría con pocas comodidades, pero con patio y perro. (por fin se cumplió el sueño!) que me ha regalado momentos mágicos de soledad y autoconocimiento.

Echaré de menos el tener pocas cosas y vivir con lo mínimo, sin ser esclava de la tecnologia, los electrodomésticos y todo aquello que nos dicen que nos va hacer más felices. Yo lo he sido, teniendo sólo unos lujos: la radio de un celular, unos cuantos libros y mis pensamientos.

Echaré de menos el poder planificar los fines de semana: ¿dónde viajo?.

Echaré de menos los colores de los aguayos, las "cholitas", las gentes cargando sus fardos y los niños cargados en aguayos ("porque es importante que los niños vean lo que ven las madres, vean el mundo a la altura de ellas").

Echaré de menos los mercados, con sus frutas y verduras que aún saben a eso, a fruta y verdura. El bullicio de las gentes que compran, van y vienen...un mercado en el suelo, al aire libre, como tiene que ser.

Echaré de menos las tienditas de la calle, que venden de todo, sólo pregunta, que del lugar que menos esperas, encuentran lo que pides.

Echaré de menos pilchar coca, sola o compartiendo con mis compañeros.

Echaré de menos las Ch'allas y todos los rituales que he visto y disfrutado dedicados a la Pachamama.

Echaré de menos los días de luz, esa luz especial que todo lo vuelve bonito. El sol de los andes, fuerte, pero que nos ha calentado todos los días de invierno desde las 8 de la mañana.

Echaré de menos las "morenadas",  las cumbias, la música tradicional, hasta la "lambada" ...que suenan en todas partes, todos los días en todo momento, a todas horas...por la calle, en los bares, en los coches, en los minis, en los internets....

Echaré de menos moverme en "mini", aunque vayamos todos como sardinas en lata, aunque sean viejos e incómodos, aunque arranquen cuando todavía no te has sentado, aunque te tengas que levantar cada dos por tres y bajarse del auto para que los de detrás puedan salir.

Echaré de menos la ciudad de noche, con las vistas del Alto todo iluminado.

Echaré de menos la escuela, sus animales, los niños, la comida de doña Tere, a los profes, a don Quintín, la montaña...

Echaré de menos el compartir con mis compañeros, el escuchar sus historias, sus mitos, sus leyendas...

Echaré de menos el tomar unas chelitas en buena compañía, sus risas, sus borracheras y sus confidencias.

Echaré de menos los bailes "agarraos" aunque no sepa bailar y lo pase mal, ahora ya cada vez menos mal.

Echaré de menos que me llamen "gringuita", que me timen en las tiendas y que me hablen en inglés aunque les diga que soy española (bueno de Barcelona).

Echaré de menos los perros callejeros que salen en manadas (aqunque me den pavor, me han ayudado a superar en algo mis fobias).

Echaré de menos ese acento que alarga las palabras, ese "yaaaaaaaaaaaaa" tan paceño, ese "vamos pueeeesssss" , el hablar con diminutivos, el "mamita", los abrazos después de los saludos, el Aymara, que poco a poco la gente va perdiendo el miedo y la vergüenza de hablarlo.

Echaré de menos las tardes en el Café La Paz, donde la señora ya viene y me dice "¿un capuchino?" (donde hacen uno de los mejores cafés de la ciudad, o eso creo.)

Echaré de menos las calles empinadas de la ciudad, aquellas que cuando subes y llegas al final no te queda ni una gota de aliento.

Echaré de menos los paseos de domingo por la mañana por la ciudad, con sus calles más calmas.

Echaré de menos los jugos de papaya y de maracuyá, los cuñapes, el sonso, el postre, la tunta, el chuño, las empanadas de carne, el charque....

Echaré de menos los viajes de bus para ir a la escuela, con sus paisajes de el Alto y Achocalla.


Echaré de menos todo esto y seguro que mucho más que ahora no recuerdo, pero que me vendrá a la memoria cuando regrese a mi ciudad que poco de esto tiene, aunque otras cosas tendrá, que a día de hoy todavía no he echado en falta. (bueno sí, la comida, el mar, las terracitas, los amigos y la familia, pero poco más.).