Aquí, en Bolívia, los días trascurren pausados, con una cotidianeidad diferente a la que tenía en casa. Me levanto sobre las 6.30 de la mañana y me acuesto siempre antes de medianoche. Quien me conoce, sabe que esto, hace un tiempo era impensable para mí.
Cada mañana, en el bus del colegio de camino al Kurmi, me fijo els los niños que van a la escuela a pie, caminado por el margen de la carretera, sin apenas espacio para caminar y con un tráfico loco. A veces llueve mucho y sus zapatos acaban completamente llenos de barro. Muchos caminan con plásticos en la cabeza y casi todos llegan mojados a sus aulas.
Mis botas de montaña me protegen del agua y del barro, botas de extranjera cómodas y todoterreno, pero sus zapatos no estan preparados para el agua y los barrizales que se forman cada día en los márgenes del camino. Pero aqui todo es tan relativo que ni mis botas son verdaderamente importantes, o almenos eso veo, comodidades al fin, que nos hace si cabe aún más débiles frente al entorno.
Cada mañana, en el bus del colegio de camino al Kurmi, me fijo els los niños que van a la escuela a pie, caminado por el margen de la carretera, sin apenas espacio para caminar y con un tráfico loco. A veces llueve mucho y sus zapatos acaban completamente llenos de barro. Muchos caminan con plásticos en la cabeza y casi todos llegan mojados a sus aulas.
Mis botas de montaña me protegen del agua y del barro, botas de extranjera cómodas y todoterreno, pero sus zapatos no estan preparados para el agua y los barrizales que se forman cada día en los márgenes del camino. Pero aqui todo es tan relativo que ni mis botas son verdaderamente importantes, o almenos eso veo, comodidades al fin, que nos hace si cabe aún más débiles frente al entorno.
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